"La vida no se mide por los momentos que respiras, sino por las veces que te dejan sin aliento".

viernes, 25 de mayo de 2012

"SERÁS MÍA"


Hoy, como cada mañana de domingo, he salido con mi padre a dar una vuelta en moto por los alrededores  de la ciudad. La única diferencia es que hoy ha decidido cambiar nuestra habitual ruta, dice que me va a contar la historia de lo que fue su juventud. También me ha dicho que, en parte pertenece a su pasado. No hago más que preguntarle y ,la verdad, no se para qué. Ya sé la respuesta: "Hijo, no te impacientes, espera a que lleguemos..."
Y bueno, por fin parece que hemos llegado. No dejo de mirar a un lado y al otro y no veo nada que sobresalga, no sé, nada interesante.  
-Bueno papá, ya estamos aquí, ¿no? Adelante, cuéntame que tienen que ver estas ruinas con tu pasado, con tu vida. Venga, cuéntame ya esa historia de tu vida de la que hablabas.
-Tranquilo Lucas. Acomódate sobre esa roca y estate dispuesto a escuchar lo que fue mi juventud... ¿Sabes hijo? Desde bien pequeño soñé con ser médico, y aunque no lo creas, lo conseguí. Antes todo esto era un hospital privado, el mejor de la ciudad. Llegué a lo más alto, fui director durante tres años, hasta que me saturó y pudo conmigo. Fue entonces cuando decidí cerrarlo. No se, hoy me apetecía traerte aquí y recordar lo que pudo ser y no fue, recordar todo lo que se cocía en este hospital, todas las historias que albergaban estos ahora casi derruidos pasillos.
Fuimos dando un paseo por lo que quedaba de este antiguo hospital: había restos de un casi primitivo quirófano, las inmensas salas de espera, su antiguo despacho y hasta llegamos a la planta baja. En la planta baja había un pequeño garaje y también dos pequeñas salas. Mi padre me dijo que fueron las salas de material, y no sé, me pudo la curiosidad... ¿por qué el material había de albergarse en la planta baja, justo al lado de los coches, del gasóil y toda esa contaminación? Él me dijo que no sabía, que nunca llegó a entrar en ninguna de esas salas, a si que fuimos a verlas.  
Lo que no sabíamos era lo que nos íbamos a encontrar.
En la primera sala sólo había escombro, restos de antiguas estanterías, papeles y basura en general. La segunda en cambio, albergaba algo que realmente nos impactaría. Nada más abrir la puerta nos encontramos con una pequeña habitación sin apenas luz, con las paredes recubiertas de fotos. La protagonista de las fotos era siempre la misma, una mujer rubia de piel muy blanca. Observamos todas y cada una de las fotos, y entre estas, encontramos una foto desgarrada. Esta se encontraba justo encima de un viejo somier. Nos acercamos y nos dimos cuenta de que en ese trozo de pared que no estaba cubierta por fotos había algo escrito...
"¿Por que ha de pasarme todo esto a mi? Me ha encerrado para siempre. Probablemente no vuelva a ver la luz y no deje de respirar este olor a humedad. Lo peor de todo es cuando llega la noche y aparece por la puerta. Se acerca, me olisquea el cuello como si de un vulgar perro se tratara, me agarra y me empieza a susurrar al oído. Dice que soy suya, suya para siempre. Yo sólo soy capaz de afirmar y permitir. El juega conmigo y con mi cuerpo. Me consume, me agarra, me besa y no obedece mis súplicas. No aguanto más. En mi mente aparece constantemente su grave voz. Por favor, compadécete de mi. Déjame morir en paz de una vez. Tranquilo, ese final próximo que me espera lo conozco desde hace un tiempo. Pero por favor, respétame en mis últimos días. Olvídate de mi. Haz que desaparezca esa horrible obsesión que tienes hacia mí. Déjame, déjate"
Nos sorprendimos realmente, nos asustamos y entonces fue cuando mi padre recordó algo que probablemente tendría algo que ver con esto... Él me dijo que algo pudo ver en su día. 
Se trataba de Marcos Pérez, un enfermo de la quinta planta, de la planta de psiquiatría. Éste padecía un trastorno bipolar, a parte de un grave trastorno psicótico. Este hombre seguía y observaba con detenimiento todos los días a una enferma terminal de lupus. Su nombre era Lucía, Lucía Hernández, y el lupus estaba acabando con todos y cada uno de los órganos de su cuerpo.
-Yo no fui capaz de averiguar nada más, el trabajo me cegaba y no era capaz de enterarme de lo que pasaba en mis propios pasillos de hospital.- me dijo mi padre.
Con estos datos, y tan pocas fuentes de información mediante las que investigar este insólito caso, di rienda suelta a mi imaginación...


Todo empezó un día en los pasillos de este viejo hospital. Marcos cruzó la esquina y ella estaba allí, con su bella melena rubia y su pálida tez. Observó su bella silueta, parecía haber sido hecha por uno de los artistas griegos, aquellos que dominaban perfectamente la proporción y las simetrías.
Siguió hacia delante y chocó, inhaló su particular perfume, el que guardaría en su cabeza para siempre. Era preciosa y Marcos se había enamorado, se había enamorado de ella con tan sólo mirar sus penetrantes ojos negros. Y era un amor puro, un amor real, quizá por ello hubiera tantos impedimentos...
Él, a sus 27 años, llevaba ya tres encerrado en esa horrible planta. Y no, probablemente nunca pudiera salir de allí. Su enfermedad era incontrolable, no era posible tranquilizarle con pastillas, ni controlar sus bruscos cambios de estado de ánimo. Todo esto le daba igual, pero ahora incluso más, ya que sabía que ella iba a estar allí por mucho tiempo. Lucía, sin embargo, era una persona vital y muy dinámica. Por lo menos hasta que le detectaron la enfermedad. Se trataba de lupus, y estaba dañando lentamente todos los órganos de su cuerpo. Debía permanecer en ese hospital hasta que llegara su hora, pero esto a ella no le asustaba. A sus escasos 24 años, decía que era cosa del destino, que nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Y esto era lo que ahora tocaba, morirse. Bueno... ahora, dentro de tres meses o dentro de dos años; la fecha no era calculable. Aunque se dejó cosas por hacer es feliz y cumplirá con lo que toca.
Desde aquel día, Marcos no podía de dejar de pensar en ella y en su deslumbrante rostro, era increíble. Debía informarse de por qué estaba allí, a si que investigó durante semanas, intentó escuchar conversaciones e incluso entró en el despacho donde se guardaban todos los historiales. Por fin lo encontró, era lupus y la estaba debilitando. Era su oportunidad, no le quedaba mucho tiempo, pero iba a aprovecharlo al máximo.
A partir de entonces, todos los días, la seguía allá dónde iba, la observaba y pensaba en ella constantemente. En todos sus ratos libres bajaba a verla,  eso sí, sin llamar la atención. Había veces que incluso por verla se saltaba sus horarios, sus medicinas y tratamientos. Todo le daba igual si ella permanecía allí.
Un día, por fin, decidió acercarse...
-Soy Marcos, ven conmigo y me orientas.- le susurró al oído.
-¿Cómo que te oriente, estás perdido?- contestó Lucía.
-Si, realmente estoy perdido. Estoy perdido en tus profundos ojos negros, pierdo la cabeza por tus piernas y el sentido por tus caderas. Me pierdo en cada roce de mejillas, en cada cruce de miradas y en cada brisa de tu particular perfume. Ahora, aunque no lo creas, me estoy perdiendo en tu boca. 
-No digas tonterías, apenas me conoces.- sonrió Lucía.
-Te conozco más de lo que te imaginas, y más de lo que lograrás imaginarte nunca. Te conozco desde el primer día que te vi, desde que crucé aquella esquina, te conozco cada vez que te observo, y te conozco ahora que estoy hablando contigo. Te conozco y afirmo que serás mía, que me acompañarás, y que seremos felices juntos. Viviremos el uno para el otro, por lo menos disfrutaremos el tiempo que nos queda... yo seré totalmente tuyo. ¿Y tú? ¿Tú que serás? Serás totalmente mía.- Contestó Marcos con una profunda voz. 
Y justo en ese momento, Lucía le miró a los ojos. No encontraba sus pupilas, estaban totalmente en blanco. -¡Un médico, un médico!.- gritó todo lo fuerte que pudo, mientras, intentaba asimilar todo lo que le estaba pasando.
Los médicos se acercaron y se llevaron a Marcos en una camilla. Lucía no pudo verle durante una semana, ya que no sabía nada de él. No sabía su nombre, tampoco por qué estaba en ese hospital, ni siquiera sabía en que planta se alojaba...
Por fin, tras siete intensos días de tratamiento, Lucía supo algo de aquel extraño chico. No sabía nada de él, pero si le consideraba sincero. Había descrito un montón de sentimientos, y ella se sentía preocupada por él. Lucía sólo fue capaz de susurrarle: -¿Qué tal te encuentras?. -Mejor -dijo Marcos- acompáñame si quieres y te cuento todo lo que me han hecho, dicho y recomendado. Tengo que bajar al sótano a por unas cosillas.-
-Vale, te acompaño entonces.- Dijo Lucía.
Lo que ella no sabía era lo que se le venía encima, no tenía ni idea de lo que Marcos había estado haciendo durante esos siete días. Lo de aquel día tan sólo fue un ataque que apenas le duró dos horas. Él realmente estaba preparando una sorpresa, algo que consideraba importante, aunque no fuera del todo agradable... Cogió a Lucía y la bajó al sótano, donde abrieron la puerta de una minúscula sala. Para sorpresa de Lucía, todas las paredes estaban cubiertas de fotos suyas.
-¿Esto tiene algo que ver con lo que me dijiste el otro día?- preguntó Lucía. 
-Lo dije bien claro, estoy enamorado de ti, y tu serás totalmente mía.- contestó Marcos. 
Entonces la empujó al interior de aquel pequeño habitáculo y empezaron a hablar. Se sentaron en un viejo colchón y Marcos empezó a hablar: 
-Quizá el otro día no te conté todo lo que debes saber de mi, no te conté como me llamo, ni dónde vivo, ni por qué estoy aquí. No me parecía demasiado importante, aunque la gente no haga más que tenerlo en mente momento a momento. ¿Una presentación? Yo preferí ir al grano. Ahora, que si quieres datos... ahí van. Tengo 27 años, muy bien llevados como podrás observar. Llevo aquí tres años, en la quinta planta...
-¿Pe pe pero esa no es la planta de psiquiatría?- Interrumpió Lucía.- Me estás tomando el pelo, estás perfectamente. 
-No, por una vez tienen razón. Después de tres años tienen razón, estoy loco por ti. Vas a ser mía y no te voy a dejar escapar. Te quedarás aquí, te querré, te cuidaré y no permitiré que te pase nada malo.- dijo Marcos.
Fue entonces cuando le ató un pañuelo en la cabeza y se lo metío en la boca. Así impediría gritos, palabras contradictorias a las suyas o reacciones equívocas. La empujó contra la cama y le repitió una vez más que era suya para siempre. Entonces empezó el suplicio... la desnudó y la olisqueó como si de un perro se tratara, continuó acariciándole la cara, susurrándole al oído y por último... si, cumplió con su palabra: "sería totalmente suya", por voluntad propia o sin ella, pero sería suya. Y así fue. 
Mientras, Lucía no hacía más que llorar. Él no podía verla así, y volvió a hablar con ella... le dijo que era lo mejor para los dos, que se querían. Y así debía ser, que él no podría hacerle daño porque formaba parte de su vida, para siempre.
Así pasaron dos semanas, entre llantos, dolor y lágrimas. Lucía lo tenía claro, muy a su pesar, su vida iba a acabar allí. Y, cuando podía, escribía entre aquellas fotos todo lo que sentía, lo que le pasaba. Quizá ese fue su único desahogo durante un tiempo... 
Un tiempo que no tardó demasiado en llegar a su fin, ya que al cabo de tres escasas semanas, Lucía no despertó. Marcos, cuando la vió, se echó a llorar. Él sabía que, tarde o temprano, esto iba a pasar. Pero no, no podía asumirlo, estaba enamorado de Lucía desde el primer momento en que la vió, había convivido con ella, la había visto llorar, habían compartido sus últimas horas. Todo había acabado para él, sin ella nada tenía sentido.
Y fue ahí cuando se dió cuenta, cuando leyó uno de los mensajes que Lucía había escrito en la pared. Comprendió el daño que le hizo, lo amargos que habían sido para ella estos últimos días... No podía dejarla ir sin más. Tenía que quedarse con ella el resto de sus días. 
Y así fue, decidió abandonar e irse tras ella. Lo primero que hizo fue dejar una frase escrita en la pared: "Serás mía".De un puñetazo rompió la ventana de la habitación y cogió uno de los cristales. Se tumbó al lado de Lucía, la besó por última vez y se hizo un corte vertical en la muñeca. Iba a acompañarla para 
siempre, estarían juntos, que era lo que él más deseaba.
Nada se supo de ellos, ni de que pasó con sus cuerpos. Esa habitación permaneció cerrada durante muchos años, hasta que cerramos el hospital. Se provoco un pequeño incendio, que extrañamente no afectó a la habitación...


-Es increíble todo esto, ¿verdad papá?- dijo Lucas.- Que bonitas fotos, no sabía que hubieses trabajado aquí.
-Si, es increíble. Y, ¿sabes? yo tampoco lo sabía, lo que siempre supe es que aquí descubrí un amor de verdad, un amor que siempre me pertencerá, alguien que siempre "será mía".


                                                                                                           Natalia Tendero

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