"La vida no se mide por los momentos que respiras, sino por las veces que te dejan sin aliento".

miércoles, 8 de febrero de 2012

Abandonar un sueño, y no por decisión propia.

Hola, me llamo Laura. Tengo 19 años, pero no quiero adelantar acontecimientos. He decidido ponerme a escribir ya que pretendo contaros mi historia, y bueno, también pretendo desahogarme, para que engañaros. 

Cuando apenas tenías seis años de edad mis padres me buscaron un hobby, una actividad extraescolar con la que pudiera pasar las tardes y moverme un poco. Sí, ya sabéis esa manía de los padres de tener a sus hijos entretenidos fuera de casa en las tardes de invierno. Pensaron dos opciones: cursos de natación o clases de baile en la nueva academia que acababan de abrir en el barrio. Me dieron a elegir y por descarte, acabé eligiendo las clases de baile. Recuerdo perfectamente que fuimos a informarnos a la oficina de la academia sobre los horarios, las edades y los estilos. Mi madre, por decisión propia, acabó apuntándome a un combinado de ballet y baile moderno, lo recuerdo como si fuera ayer. 

Empecé a ir, era una hora los martes y los jueves, todas las semanas. Éramos un grupo no muy numeroso, de niñas entre 6 y 9 años, y todas estábamos muy perdidas al principio, prácticamente ninguna había bailado anteriormente. Todo esto se acabó convirtiendo en una rutina, un día a día que acabó pasando día a día como algo más que hacer, un entretenimiento sin más, algo que no significaba nada. 

Los martes tenía baile moderno, que, quieras que no, me resultaba algo más entretenido que el ballet. Quizá fuera porque en este exigían demasiado, por que la música me adormecía o porque no le encontraba sentido a estirar los pies. Mira, no se exactamente el por qué, pero me aburría muchísimo. No me resultaba del todo apetecible salir de casa para ir a bailar. ¡Con lo agusto que podía estar en casa y me llevaban a bailar! Bueno, he de reconocer también que siempre he sido un poquito vaga, no había nada que más me gustara que pasarme una tarde de invierno tumbada en el sofá bajo la manta de invierno. Respecto a mis compañeras no sabría como describir la situación, era una relación de compañía, sin más. 

El curso avanzaba, habían pasado ya varios meses y se notaba alguna que otra progresión con respecto a la movilidad, a la agilidad, a la coordinación y al sentido del ritmo. Poco a poco, aprendimos coreografías, nuevos pasos, saltos e incluso alguna que otra acrobacia. Y esto último es lo que más nos gustaba, siempre estábamos deseando hacerlas. Era lo único que nos resultaba un poco entretenido, todavía no le encontrábamos el sentido a mover el cuerpo al ritmo de la música. Seguíamos eligiendo el quedarnos en casa.

Llegó junio, mi primera gala de baile. Recurdo que fué impresionante, me sentí llena de orgullo. Parecía como si toda esa gente clavara su mirada en mi, me analizaran por milésimas y, al verse conformes con el resultado, me aplaudieran. Me subí al escenario llena de dudas y muerta de verguenza y al bajar, el mundo entero me daba igual. Era como estar en otra atmósfera, mi segunda atmósfera. Todo esto me animó a seguir bailando, año tras año pasaba lo mismo, pero el fin de fiesta merecía tantísimo la pena...

Todos los años, hacia octubre, empezaba todo de nuevo. Volvía a la academia y, poco a poco, creaba en esto una vida. Una vida llena de verdaderas amigas con las que compartir un sueño. Una vida llena de dificultades, errores y sobre todo, llena de apoyo. Una vida de esfuerzo y entrega, por egoísmo propio y por el bien del grupo. Una vida paralela con la que día a día disfrutaba más. Mejoras, superaciones, llantos y muchas, pero muchas muchas historias que contar. 

¿Sabéis? Todo empezó como un simple pasatiempo, se convirtió en una afición y empezó a ser un día a día. Hubiera podido decir que me encantaba, que disfrutaba, pero no solo era eso. También estaban ellas, que hacían que todo fluyera más fácil, que hacían que cada vez fuera única e irrepetible. Alguien dijo alguna vez, baila, hasta que el cuerpo aguante... Esa era mi meta, ese era mi sueño.

Esfuerzo, dedicación, entrega y tiempo para lo que cada año era un día increíble, uno de esos para recordar, uno de esos que no se olvidan fácilmente. Sentíamos que nos dolían los pies, pero seguíamos hacia delante. Un último ensayo por la mañana, una comida en grupo, una larga tarde de espera, un cosquilleo que te quemaba por dentro, querías bailar. Una hora antes, quedaba poco, ocho o nueve personas compartían camerino, todas se ayudaban, vestirse, maquillarse... ¡ estábamos listas! La gente iba bajando al escenario, y al subir y te decía: ¡que está lleno que está lleno!. Les preguntabas que tal, su respuesta: increíble. Todo eran prisas, nervios e ilusión.

Te tocaba, salías a escena, encendían las luces. Si, si, dale al play, ¡estabamos preparadas!. Lo dabas todo, era tu momento, ellos te miraban, disfrutabas, es el instante por el que llevabas esforzándote todo el año y había que aprovecharlo al máximo. Apenas cinco minutos que valían muchísimo la pena.

Y así iba pasando el tiempo, día a día, semana a semana, año tras año. Cada día coleccionábamos más recuerdos, de esos que guardas en un cajón para el resto de tu vida. Cada año conocías nuevas personas, que en apenas un par de meses, pasaban a ser amigas, gente de confianza, un apoyo importante.

En resumen, todo esto pasó de no tener apenas valor, a ser una gran parte de mi vida. Vivía por y para ello, por y para ellas. Era necesario mucho esfuerzo, pero los resultados merecían totalmente la pena. Disfrutaba como el primer día, me encantaba, sentía cada movimiento... 

Pasó el tiempo, pasé por varios estilos. Cada uno de ellos me gustaba casi más que el anterior. Era la mejor decisión que pude tomar, me encantaba bailar. También encontré en mi profesora una amiga, un apoyo y un avance increíble. Mejoraba día a día y todo era gracias a ella. Todo era perfecto, encontré en el baile un deporte, una ilusión; me iba bien en los estudios; tenía a mis amigas para todo...

Cumplí dieciseis años y todo fue incluso mejor. Mi academia de baile confió en mi para impartir clases a niñas pequeñas, yo estaba encantada. El único problema era la decisión de mis padres, no sabía si me permitirían dedicarle tanto tiempo a esta actividad; no podía dejar de lado los estudios. Les comenté el tema y hablaron con la dueña de la academia; accedieron a dejarme dar las clases. Confiaron en mi y en que pudiera organizarme para llevar a cabo todo: los estudios y las clases de baile. Les enseñaba todo lo que sabía, creaba coreografías y ellos poco a poco mejoraban. Junto con esto, yo seguía recibiendo mis clases de baile y llevando mis estudios al día. Me encantaba mi vida, no había días malos, ni aburridos, ni días sin baile. Además, mis amigas compartían mi sueño y eso nos unía más día a día. Vivía feliz. 

Así pasaron los años, y cumplí los dieciocho entre galas, coreografías, amigas y música... nada podía ser mejor. 

Un día me ocurrió algo muy extraño, estábamos en pleno ensayo y perdí el equilibrio, caí desplomada. Esa semana todo empezó a cambiar, me sentía débil y muy cansada. Las fuerzas me fallaban, pero no sabía que podía venir. Supuse que únicamente sería saturación y extrés, a si que decidí parar. Tuve una semana de reposo en casa. Había descansado y psicológicamente estaba llena de vida, llena de fuerza y llena de ganas de volver a bailar. Volví a la rutina de cada semana, estaba recuperada. 

Día a día se repetían mareos constantes, el cansancio se apoderaba de mi y mi visión era cada día más difusa. Mis padres decidieron que esto no podía seguir así, y me obligaron a dejar de dar clases. Necesitaba tiempo para mi, para mis estudios y, sobre todo, para mi descanso. Aun así, yo seguía recibiendo mis clases todas las semanas, no podían prohibirme bailar, eran conscientes de que era mi disfrute, era mi vida. 

Seguí bailando y cada día me notaba más débil, no era capaz de aguantar las clases. Estaba segura de que ya no se trataba del estrés. Entonces les pedí que me llevaran al médico, esto no podía ser normal. Mi juventud fue un no parar y siempre pude con todo, era fuerte y dinámica. Todo esto empezó a cambiar muy bruscamente, y esto me infundía muchísimo miedo. 

En la primera revisión médica, me aconsejaron apartar el baile de mi vida, al menos hasta saber cual era el problema. Me hicieron análisis y pruebas de todo tipo, estaba muy asustada con todo lo que me estaba pasando. Todas las semanas tenía que volver a hacerme nuevos análisis y a recoger los resultados de los anteriores, así semana a semana, durante un mes que me pareció eterno. Además, cada día me notaba más cansada, tenía más falta de energía y sentía un extraño hormigueo y entumecimiento en algunas zonas de mi cuerpo.

Un día, los médicos llamaron a mis padres. Tenían que hablar con ellos, ya estaban seguros de los resultados. Ya sabían cual era mi problema, y tristemente, no era ninguna tontería. Intentaron explicarles lo que me pasaba de una forma muy cercana y sencilla. Era un tema muy delicado, un palo muy duro. Yo estaba a lo lejos, al otro lado del pasillo, giré la esquina y lo primero que vi fue a mi madre llorar desconsoladamente. Ya sabían lo que me pasaba. Yo, sinceramente, estaba muerta de miedo, no sabía que hacer ni como reaccionar. Estaba muy nerviosa y quería ser consciente de lo que me pasaba. Me acerqué hacia ellos y les dije: -por favor, decidmelo ya, todo esto me está matando por dentro.- Mi madre, con lágrimas en los ojos me dijo que esperara hasta llegar a casa, y así fue. Llegamos a casa, y nos sentamos en el comedor, yo no podía más.

-Mamá, dímelo ya por favor. Tengo una edad, sabré asumir el problema y lograré salir adelante sea lo que sea. Soy fuerte y lo seré siempre, por vosotros y por mi misma.

+Sabes que es un palo muy duro, pero también sabes que estamos aquí, como lo están y estarán tus amigas. El doctor nos ha dicho que es esclerósis múltiple, una enfermedad que afecta seriamente a la médula espinal.- Me dijo entre lágrimas.

-Se lo que es, lo que conlleva y lo que me va a quitar.

En ese momento sentí que todo se acababa, que el mundo entero caía encima de mi y me aplastaba dejándome sin respiración. Toda mi vida se acababa lenta y dolorosamente... Me habían quitado el mayor placer de mi vida: el baile; y para siempre. Sabía que mi cuerpo se iba a ir parando poco a poco, iba a dejar de funcionar lentamente. No me creía capaz de superar todo esto, no podía entender por que a mi, por que había sido tan desafortunada. Necesitaba el baile como el comer, y no podía; no iba a poder nunca más.

Decidí buscar información sobre la enfermedad y supe que acabaría en silla de ruedas, perdería prácticamente toda la movilidad y no podría valerme por mi misma. Siempre había sido muy independiente y todo esto acabó de golpe. Nada podía hacer que cambiara, ahora solo había que asumirlo, afrontarlo y mirar hacía adelante. Todo esto era fácil decirlo, pero había que llevarlo a cabo. Entré en una profunda depresión: no me apetecía comer, apenas dormía y todo se agravaba. Solo me preguntaba porque había sido yo la elegida, me parecía tan injusto... Tampoco podía asumir que nunca más podría bailar, y esto me entristecía muchísimo más. 

De repente aparecieron ellas, mis amigas, mis compañeras, esas personitas con las que había compartido tantísimas horas de ensayo y tantos buenos momentos. Se habían enterado de lo mío y lo único que pretendían era subirme el ánimo. Me recordaron que era grande, tanto en el escenario como fuera de él, que tenía un corazón enorme y que con lo cabezota y persistente que era no me podía rendir, no podía abandonar esto. Me dijeron que los problemas había que afrontarlos y no darles la espalda, ya que si no podrían aplastarte y llevarte consigo. Por último resaltaron que ellas estuvieron ahí, bailando conmigo, pero que ahora estarían más que nunca. Esto no sólo era mi enfermedad, también era un gran palo para ellas, me dijeron que no lo olvidara nunca. Fuimos una piña y lo seguiríamos siendo. Había que ser fuertes y lo íbamos a ser juntas. No me dejaron sola un momento, ellas estaban ahí para apoyarme y yo se lo agradecía. 

Hoy es mi 19 cumpleaños, hace apenas un año que me detectaron la enfermedad. He asumido que el baile ha acabado para mi, pero se que las tengo a ellas, a todas y cada una, apoyándome y haciéndome sentir fuerte. Me han enseñado a mirar para arriba, a ser fuerte y a aprender a mirar con otra cara los problemas. Me han ayudado a seguir mi vida, a no hundirme en pensamientos idiotas que probablemente no llegarían a ningún sitio, sólo me traerían más problemas. Consiguen día a día que no me sienta sola en esto, ellas están para ayudarme, para ofrecerme su hombro en mis momentos más débiles, para agarrarme tras un mareo y para ayudarme a rehacer mi vida. 

También, me han prometido que mantendrán el baile muy cerca de mi. Ellas fueron las que de verdad sabían todo lo que significaba para mi, sabían que era mi vida y que cuando me detectaron la enfermedad, al quitarme el baile, me quitaron media vida. Por ello decidieron bailar por mi, esforzarse, comprometerse como nunca y dedicarme todos y cada uno de los bellos movimientos que realizaban día a día. Aprendieron a sentir la música y a valorar lo afortunadas que eran por poder bailar como a mi me hubiera gustado. 

Ahora, estoy en una silla de ruedas y he aprendido a valorar mucho más las cosas. Un rápido avance en la enfermedad me ha dejado prácticamente inmóvil para el resto de mi vida. Me ha costado mucho levantar la cabeza y seguir, pero ellas me han devuelto el ánimo, la poca esperanza que me quedaba. Han aparecido con su luz, con ese ángel... Con cada una de las partes que conforman su querido todo, con un antes y un después; y sobre todo aparecen en un durante. Aparecen en una enfermedad, en el momento más difícil y me devuelven la vida en un instante. 

Y si algo he sacado en claro es que me falta una vida para agradecerles todo lo que me han dado. Hay que seguir hacia adelante y yo voy a hacerlo, y además acompañada. Voy a plantarle cara a la cruda realidad y mis ojos van a dejar de llorar. Me seguiré emocionando cada vez que se suban a un escenario, ya que se que lo harán por mi. 

Como ya os dije: "Baila hasta que el cuerpo aguante" Y yo me siento conforme conmigo misma, bailé hasta que mi cuerpo me lo permitió, hasta que un día decidió abandonar y decir adiós.

Ahora dejo de escribir, les prometí que miraría de frente y seguiría para adelante...

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