Siempre me ha costado admitir que me enamorabas cuando llegabas a casa a la hora punta con un par de cervezas de más. Cruce de brazos, de pasillo y a ocupar el tradicional sitio de la mesa camilla. Ahí empezaban las batallitas, los chistes malos y los consejos para recordar. Todo ello continuaba con un pique, un tira y afloja que acababa arrastrando a alguien.
Y es que te echo de menos joder.
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