"La vida no se mide por los momentos que respiras, sino por las veces que te dejan sin aliento".

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Despierta mis sentidos.

Una tarde de invierno cualquiera, de camino a ningún sitio, andas sin demasiada prisa. Mejillas sonrosadas, nariz roja rojísima, como si de Rudolf estuviéramos hablando. Estás metida entre capas y capas de tela, hace demasiado frío. Además tienes algo de catarro, te pesan los ojos, y tus sentidos no funcionan al 100%. 
Andas cabeza abajo, con dirección a la nada, dejando que tus pies marquen el camino totalmente a su antojo. Y de repente zas... te chocas. 
No has acabado de levantar la cabeza y tienes los sentidos un tanto dañados por el catarro, pero ya le has reconocido, es él. Y es que no es demasiado difícil, sobre todo cuando su olor te viene a la memoria a cada momento, como si de un ambientador con disparador automático se tratara. Un olor único y especial, que cuando te acercas quema y te hace arder; arder de ganas. Ganas de tocarle, besarle, morderle y olerle una y otra vez.
Se me desgastan las pupilas de mirarte a los ojos y comerte con la mirada, se me congelan las manos al pensar que en cualquier momento puedes tocar las mías, se... tic,tac,tic,tac,tic,---,---, se para. Se vuelve una adicción, un problema y un deseo irracional de cualquier mínimo roce de mejilla, cualquier cruce de pupilas, de caminos o por cualquier efímera brisa de tu perfume que pueda encontrar de casualidad.
Porque si las casualidades existen yo quiero que seas mi visión más casual, mi cantidad de saliva justa y un cruce de miradas, casualmente, cada tic-tac.
Te quiero comer.

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