Andas cabeza abajo, con dirección a la nada, dejando que tus pies marquen el camino totalmente a su antojo. Y de repente zas... te chocas.
No has acabado de levantar la cabeza y tienes los sentidos un tanto dañados por el catarro, pero ya le has reconocido, es él. Y es que no es demasiado difícil, sobre todo cuando su olor te viene a la memoria a cada momento, como si de un ambientador con disparador automático se tratara. Un olor único y especial, que cuando te acercas quema y te hace arder; arder de ganas. Ganas de tocarle, besarle, morderle y olerle una y otra vez.
Se me desgastan las pupilas de mirarte a los ojos y comerte con la mirada, se me congelan las manos al pensar que en cualquier momento puedes tocar las mías, se... tic,tac,tic,tac,tic,---,---, se para. Se vuelve una adicción, un problema y un deseo irracional de cualquier mínimo roce de mejilla, cualquier cruce de pupilas, de caminos o por cualquier efímera brisa de tu perfume que pueda encontrar de casualidad.
Porque si las casualidades existen yo quiero que seas mi visión más casual, mi cantidad de saliva justa y un cruce de miradas, casualmente, cada tic-tac.
Te quiero comer.
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