Ayer por la noche el mundo me estaba pequeño. Me sentía grande, plena, algo por una vez en la vida. El problema es que el tiempo pasa, y los sentimientos cambian.
Una noche, una locura, el azar decidió que eras tú la elegida. Que ibas a ser feliz, que sonreirías a cada momento, que disfrutarías el tiempo, que vivirías esos momentos como si fuera lo último que harías en la vida. En fin, que respirarías en plenitud, que solo con mirar tus ojos la gente sabría que estás alegre, estás contenta, que te gusta lo que eres y no tienes miedo a nada. Que te aceptas como eres, que te aceptan como eres, que no te afectan sus comentarios, que de tus ojos saldrán más lágrimas... ¡Inocente de ti! Era tan solo un fugaz pensamiento...
Al día siguiente te despertaste como cada mañana, deseando cinco minutitos más de cama, con legañas en los ojos y, lo más triste, sin ganas de nada. Sin ganas de seguir hacia delante, sin ganas de afrontar el día.
Entre alguna que otra voz te levantaste, bajaste de la cama y te dirigiste al fondo de la habitación. Sin demasiado ímpetu agarraste la cuerda de la persiana, tiraste, uf, no tienes fuerzas para nada. Acabas pudiendo subir la persiana, pero te llevas una decepción. El cielo está cubierto de nubes. Abres la ventana y te asomas, miras a un lado en busca de un leve rayo de sol, miras al otro y nada. Totalmente cubierto.
Los días así no ayudan a tu estado de ánimo, no te los recomiendo.
En ese mismo instante la melancolía invade tu cuerpo, una inmensa soledad, un suspiro y ala, a desayunar.
Desarrollas tu mañana como todos los días, aunque esta vez sin ganas de nada, ¡date prisa! no llegas...
Sales de casa, un largo paseo hasta lo que será tu mañana completa. Entras en clase, ya están casi todos. Intentas pasar desapercibida, intentas que no se fijen en que no quieres hablar, ni siquiera con esa persona especial...
Aparentas normalidad, con un poco de suerte no se darán cuenta, no se fijarán en ti. Otra vez más.
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